Cuando iniciamos este periplo desde el sur del mundo que pensamos en llevarlos con nosotros, compartiendo nuestras experiencias e impresiones de lo que vemos y vivimos. Por fin esto se hace realidad después de ya casi un año de viaje!!! Por aquí podrán encontrar desde nuestras experiencias y miradas, hasta los más variados datos de cómo nos vamos abriendo paso por el mundo “Working Holiday”. Los dejamos invitadísimos a compartir este espacio y viajar con nosotros en este Flor de Viaje transcontinental.

Por ahora desde Norteamérica con amor…

lunes, 25 de mayo de 2015

Sobre nuestra nueva vida laboral

En Toronto, nuestros días laborales transitaban entre compañías griegas de roofing, restaurantes mexicanos, techos multiculturales, cocinas multiculturales, muchos platos, ollas, fuentes y una gigantesca máquina lavavajillas. Además de clases de inglés para mí. El guapo y fuerte de Gato consiguió trabajo rapidísimo. Apenas nos instalamos en Bloor y gracias a las pesquisas realizadas en los periódicos latinos es que consiguió su primera entrevista y su primer laburo en tierras canadienses. En estos pasquines semanales llueven ofertas de empleos en todo tipo de rubros, tales como construcción, limpieza, cocina, cuidado de niños, etc. La mayoría de estas ofertas son pagadas al sueldo mínimo o un pichintún más, que acá vienen siendo entre 10 y 11 dólares canadienses por hora. Al Gato le pagan 12, pero le dan muchas horas a la semana, razón de nuestra subida en los ahorros e incipiente millonariez (o eso pensábamos en ese entonces).

El laburo era duro, por lo menos en cuanto a horarios y madrugación se trata: lunes a sábado a las 5:30 en pie para agarrar la cleta y estar en la pega a las 7 am. El sábado la cosa terminaba más temprano y gracias a eso podíamos tener algo de vida, pasear por los grandes y hermosos parques de la ciudad, pero sobretodo ir de compras, que fue lejos lo que más hicimos durante el primer mes de adaptación, además de ser campeones de cueca y cobradores de tickets como ya están enterados. Este salvaje consumismo, tan ajeno a nosotros fue necesario para proveernos de comida, ropa, enseres y todo lo necesario para la instalación en nuestra Latin Home. Volviendo a lo de nuestra primera fuente de ingresos, las labores que ocupaban diariamente a mi compañero tenían que ver con roofing, categoría muy famosa por estos lares en donde las inclemencias climáticas están presentes gran parte del año. Su pega consistía en arreglar techos de casas millonarias y otras más clasemedieras (no hay más que esto por acá) de todas las nacionalidades: chinas, indias, pakistaníes, coreanas, canadienses y de toda la fauna humana con la que co-habitamos esta migrante ciudad (49% de las personas que viven en Toronto no han nacido en Canadá, para que se hagan una idea de todos los colores que hay por acá). A Gato lo acompañaba Luna, el ecuatoriano experto en techos que manejaba el camioncito en el que se movían por toda la ciudad. Mención especial merece este particular roofing-man, quien además de conducir, trataba con los clientes, arreglaba lo que había que arreglar, le regalaba cafés de Tim Hortons al Gato y contaba historias todo el día (de mujeres, emprendimientos pasados, viajes, aventuras, tenencia de leones como mascotas, etc.). Mi querido hombre era su GPS humano, equipado con una gran guía de calles de la ciudad asistía a su compañero y aprendía sobre carreteras y conurbaciones del North, South, West y East de Toronto. Polifuncional y talentoso como siempre, debía cumplir con roles como los de atento auditor ante las obsesivas repeticiones verborreicas de su jefe, y si bien entre tanto viaje y escuchas a ratos se dormía, también le tocaba trabajar cargando e instalando las grandes escaleras que usaban para subirse a los enormes techos y asistiendo en las reparaciones. Finalmente, cuando el tiempo lo permitía se iban de picnic al parque a comer su lunch, o de compras por algún supermercado o shopping center, o a ver a un amigo de Luna apodado El Modelo por su pasado laboral como modelo de comerciales publicitarios.
Luna es el sueño americano hecho hombre. Deslenguado y aventurero, hace ya un montón de años que decidió saltarse los inviernos, vivir para siempre en tiempos cálidos y ser un transhumante. Viene a Canadá, trabaja primavera, verano y parte del otoño para luego arrancar al bello Ecuador y mandar a la mierda el crudo invierno Canadiense. Así vive en su país sin problemas, tomando café con malicia y viendo a los amigos durante casi cinco meses. Lógicamente por la expertise y los muchos años de trabajo caminando sobre techos, gana bastante bien, casi el doble que su guapo ayudante, por lo que problemas económicos no tiene. Ha atravesado el continente en auto un chingo de veces. Va y viene como las miles de aves migratorias que poblan estos cielos, de Canadá a Ecuador y de Ecuador a Canadá. Este personaje ha pasado a formar parte importantísima en nuestras vidas, tanto que mi compañero, innato registrador de la vida sonora y visual, un par de veces se arriesgó a grabarlo secretamente para luego escucharlos juntos por las noches y gozar con sus extravagantes aventuras. Toda esta relación de amor entre ellos se insertaba dentro de una compañía de origen griego, donde además de Pavlos y Andreas, era posible encontrar también mexicanos, ecuatorianos, albaneses y dos chilenos entre sus trabajadores.

Mientras mi compañero madrugaba y se encontraba con bellos amaneceres, yo dormía un par de minutillos más. Despertaba un poco más tarde para partir a mi escuela de inglés, todos los días de 9 a 3 de la tarde para después seguir a mi laburo mexica. Ahí mi encuentro no era con techos, ni con machos griegos, sino que con mis nuevos amiguitos coreano/as, libaneses, brazukas, taiwaneses, tailandeses, saudíes y uno que otro latinoamericano/a que andaba dando vueltas por ahí. Esto era impresionante, simplemente un paraíso fenotípico para mí. Algunos de los nombres de mis nuevos amigos eran Yuka, Areej, Ryong, Gou Doung Pyong, Juhee, Shariff, Ali, Saleh, muchos Omares y nombres brazukas del tipo Axe Bahía tales como Bruno, Flaviana, Juliana, etc. Aquí no sólo aprendía de gramática, fonética o cultura canadiense, sino de un sinfín de curiosidades mundiales. De los árabes y la ostentación de su patriarcado, de sus anillos gigantes, su islamismo y sus cinco rezos diarios. De cómo soportan sus 50º de calor los Saudíes. De los mejores karaokes y de los deliciosos y picantes platillos coreanos. De las ideas que pasan bajo el velo de Areej, de las 44 letras que tiene el hermoso alfabeto tailandés, de cómo sufren los brazukas tratando de abandonar la pronunciación de sus “ies” en inglés y de lo mucho que me gustaron los ojitos sonrientes de los compañeros asiáticos. Mis profesores fueron Rippy, India llegada hace 20 años a Toronto; Mazda, iraní llegado a Dallas a las 12 años, guapo, divertido y psicoterapeuta; Carla, nacida en Canadá e hija de inmigrantes italianos que ya se rendió ante la imposibilidad de hacer pronunciar correctamente la th a su madre, dice que es un problema de nosotros los herederos de lenguas latinas. También está Dulce, canadiense, hija de colombianos y que apenas habla español. Así era mi escuela, poblada por enseñantes y aprendices de toda la riqueza multicultural tan característica de este país. 

También trabajé en un restaurant mexicano como dishwasher. Mis labores ahí eran limpiar y meter a una máquina gigantesca la mayor cantidad de platos, ollas, fuentes, cucharas, cuchillos, coladores y ralladores que he visto en mi vida. Básicamente todo lo que hay en cualquier cocina pero multiplicado por 1.500. En mi cocina me acompañaban Oscar, el jefe cocinero, hombre de buen corazón y sonrisa fácil, quién estaba constantemente preocupado por mi felicidad y de que me fuera temprano a casa. Día por medio me hablaba del futuro y de cómo los seres más bajos en esta jerarquía laboral solían ascender a ayudantes de cocina. Recurso motivador insoportablemente real en este caso ya que uno de los Chef de los tres Milagros (a esta altura es ya casi una cadena) empezó en esta mojada labor. A mí me no me importaba, ni me importa hoy, el ascenso ni la carrera por estas tierras, pero a ratos hacía como que sí, para no ofender al bueno de Oscar. Los últimos gestos de ternura de mi jefe fueron ponerme a hacer muucho jugo de limón o preparar un ceviche de pulpo. También un fin de semana me invitó a un mega súper evento gastronómico, al Festival Delicious Food Show donde estuve haciendo tacos y comiendo rico y gratis todo el fin de semana. En nuestra cocina también estaban Yoshi, el sub-jefe de cocina y lindo japonecito zen, Chow un chino muy sonriente y muy amable al que no le entendía nada, Daniel y Tamara, primos canadienses que ocupaban antes mi lugar y que fueron ascendidos a asistentes de Oscar. También habían muchos meseros y meseras canadienses, rusos, mexicanos y una venezolana recién llegada, muy venezolana, muy bien dotada y que tenía a todo el segmento masculino de nuestra cocina revolucionada. El dueño era mexicano y el chef principal que jamás estaba en la cocina era Iraní.

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